En mi primer año de socio tuvo lugar un hecho que me marcó.
Yo me sentaba siempre en el mismo sitio con mis padres y alrededor estaban siempre los mismos socios de siempre: el del puro, el que todo le parecía mal, el que aplaudía, el de las pipas...
Cada uno con su pedrada pero todos animaban al Real Valladolid.
Entonces ocurrió un hecho que me marcó para siempre.
Jugaba nuestro equipo contra el Barsa.
Los pocos asientos libres que había por ahí se llenaron menos el de dos de los parroquianos habituales.
Una vez empezado el partido llegaron estos dos que faltaban: eran un padre y un hijo que se sentaban Justo delante de mí.
Y aquí ocurrió el hecho que me marcó. El hijo llegaba con una bufanda del Barsa.
Yo, con mis 5/6 años y ya totalmente fanatizado, no podía comprender que una persona que se sentaba siempre a mi lado podía ser de otro equipo que no fuera el blanquivioleta, el que yo llevaba en el corazón.
Esa imagen fue aún a peor cuando vi que celebraba efusivamente todos los goles que metían a nuestro equipo.
Yo, desolado por el resultado, tenía que aguantar además que un niño más mayor que yo (y que creía del RV) me celebrase los goles a la cara.
Ahí nació mi odio hacia estos equipos de mierda el cual se fue acrecentándose hasta el día de hoy por todo lo peor que representan.
Odio a todos los putos pucemandrilistas y puceculés.
Sois la escoria de Zorrilla.
Y todavía os atrevéis a darnos lecciones a los que nos duele el RV
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