Más allá de las cifras de masacres, que sugieren un argumento muy pandito sobre si volvieron o no, lo importante es leer estos hechos como parte de una forma de violencia más que vuelve a activarse sin que las otras se desactiven necesariamente...
En las diferentes subregiones de Nariño, incluyendo Cauca, se viene dando desde hace por los menos 6 años una degradación criminal/recomposición/competencia de exFarc, una recomposición de grupos crimínales con injerencia regional/local.
Los gobiernos de Santos y Duque han dado golpes a estos grupos sin que estos signifique su desmonte. Por el contrario hay mayor desorden y las masacres son una forma de violencia/interacción indirecta entre grupos. Ambos han anunciado planes en PowerPoint... ahí se quedan.
No todo lo explica la “coca” ni los “corredores estratégicos”. En el Piedemonte-Telembí-Sanquianga hay más: conflictos por la tierra, tensiones colonos-indígenas-afros, control de información/población/foráneos, microtrafico, control de insumos, pequeños narcos/cabecillas
Las grandes operaciones militares se quedan cortas, obviamente, y más si no le apuntan al correcto control fluvial/marítimo. El actual gobernador y el anterior cacarean lo mismo: inversión social y presencial estatal.
A esto se suma las nulas capacidades locales para responder, los riesgos que se siguen consumando y las bajas capacidades de investigación y judicialización en regiones de difícil acceso y donde la gente desconfía, con razones de sobra, del estado central.
Y algo impopular: lo que pasa en Nariño-Cauca no es culpa exclusiva de Duque: el gobienro anterior, el de la paz completa, jamás puso en marcha una estrategia de seguridad territorial rural. Funcionarios gritones e histéricos creyeron que sí, y no.
Lo último: puede que esta masacre nada tenga que ver con el contexto más amplio de violencia, y más bien a uno local, más aún por el entorno en el que ocurre y el perfil de las víctimas. De ahí la importancia de leerla y delimitarla, sin menospreciar el aumento de estos hechos.